Fragmento libro "Demonios de Formentera". Booktrailer. "Preparados para la guerra"


Más tarde, la señora Jasíone estaba montada en su yegua contemplando la bahía, donde los barcos estaban anclados en orden sobre el rutilar brillante del mar bajo el sol, con una mancha de color aquí y allá, carmesí, azul o verde, de los cascos pintados o del reflejo de un rayo de sol en sus mástiles dorados o en sus mascarones de proa. Falcó estaba de pie junto a ella, sujetando las riendas.

El camino de S’Estanyol, que serpenteaba desde la lengua de tierra de Sa Guardiola, transcurría cerca y por debajo de ellos, y seguía la costa hasta los muelles del Puerto de La Savina . A lo largo del camino, la dura tierra resonaba con las pisadas de los hombres armados y de los caballos, y el viento ligero del oeste llevaba a Falcó y a Jasíone, en su colina cubierta de trébol, amapolas y margaritas, fragmentos de canciones bélicas cantadas con voz profunda, o de las notas galopantes de una trompeta y una chirimía, o de los tambores.

El señor Xipell cabalgaba en la vanguardia, con cuatro trompeteros andando ante él vestidos de púrpura y plata. Su armadura relucía desde la barbilla hasta la punta de los pies, y brillaban las joyas en su gorguera y en su tahalí, y en la empuñadura de su espada recta y larga. Montaba un semental alazán de ojos apacibles, que echaba hacia atrás las orejas y barría la tierra con la cola. Una gran compañía de jinetes lo seguía, y otra más, de peones armados de lanzas, con coletos de cuero rojo con protecciones y yelmos de bronce.

—Estos son de Es Raiguer —dijo Jasíone—, y de las costas de la bahía de Alcudia, y sus propios vasallos de Sa Torreta y Pollença. Este es Gitam Gatell, el que cabalga un poco por detrás de Xipell y a su derecha; tres cosas le gustan en el mundo: una mujer de buenas carnes, un caballo con carácter y un navío veloz. El de la izquierda, que lleva el yelmo negro con alas de cuervo, es Salicorn de Inca. Está en edad temprana todavía, y es de nuestra estirpe; todavía no ha cumplido veinte años, pero, desde la batalla de Es Graus, se le considera uno de los mejores.

De esta manera le iba mostrando a todos los que pasaban cabalgando: a Peridor de Búger, capitán de los de Muro y Sa Pobla, y a su sobrino Enturió. A Bruc, con su yelmo de oro con enormes cuernos enroscados y su sobrevesta bordada de terciopelo escarlata, al frente de los hombres de los valles de Ses Bardetes y Es Brolls. Fendor de Manacor con Enfiter Gaigallaret, su hermano menor, que acababa de curarse de una gran herida que le habían causado defendiendo Alaior, en una de las muchas pequeñas escaramuzas con que los parelladenses les habían puesto a prueba aquel año; los rabadanes y vaqueros de los brezales al norte de Es Brolls, que se agarran al estribo y, con sus rodelas y sus falcatas pequeñas y ligeras, entran en la batalla junto a los jinetes, a todo galope contra el enemigo. Astrágal de Es Turons, delgado y grácil, de rostro huesudo con ojos valientes, cabalgando en su bello ruano al frente de dos compañías de infantería que traían arcos y picas, con enormes escudos cubiertos con planchas de hierro: hombres de la comarca de Migjorn y de Barbaria, hombres con tierras de viñas y domésticos del señor Garric Bordiol. Después venían los habitantes de las aldeas montañeras, con el viejo Caquell de Moscáritx cabalgando en el lugar de honor, de noble aspecto con su barba nevada y su armadura reluciente, pero sus verdaderos capitanes en la guerra eran hombres más jóvenes: Marduix de Xílvar, de ancho pecho, de ojos fieros, con el cabello castaño, espeso y rizado, que montaba un caballo castaño, con su loriga reluciente de incrustaciones de oro y un rico manto de brocado de seda de color verde claro sobre sus anchos hombros, y Tell en su pequeña y valiente yegua negra, con loriga de plata y yelmo con alas de murciélago, el cual tenía Porreres como feudatario del señor Adonis Adiant. Trentmar de Ses Fonts Ufanes, con las levas del nordeste de Mallorca, de Campanet y de toda la costa este de Balearia Prodigiosa, y con más hombres todavía de las playas menorquinas y, sobre todo, de Ternelles. Y tras ellos venían los hombres de Llucalcari, con Arbessó de Deiá como capitán. Y por último, trescientos jinetes de la conocida Compañía de Alaior, famosa por su ferocidad en la batalla, y porque sus caballeros llevaban acoplados a sus armaduras unos arneses en forma de alas con plumas de águila, por lo que eran más conocidos como “los Ángeles de la Guerra”: sobre sus cabezas una nube de alas, un bosque de lanzas embellecidas con borlas doradas y largos gallardetes de seda, y el joven Cádec al frente, fornido como un gigante, ataviado como un rey con su manto de piel de leopardo, llevando en su poderosa lanza el pendón del señor de Alaior.

—Míralos bien —dijo Jasíone con orgullo cuando pasaron ante ellos—. Son nuestros propios hombres, de la comarca, de Es Mercadal y de La Galdana y de Es Codolar, y los de mi querido primo, allá en Menorca. Puedes recorrer todo el mundo a un lado y a otro del Muro Mágico, y nunca encontrarás otros iguales a ellos en agilidad, en ímpetu, en buena belicosidad y en disciplina. Pareces triste, Falcó.
—Oh, mi amada —dijo el joven—, a mí estos desfiles guerreros, con tanta música y vanidad y pompa, me causan cierta tristeza. Los gobernantes que presumen de su poder y su gloria en el teatro del mundo, no son sino la mariposa dorada de la primavera, que muere a la mañana siguiente de haber nacido.